LA FALSA SOMBRA QUE HABITA EN MÍ

Aquel 20 de febrero el despertador sonó como siempre a las 6:45. Lo apagas y vuelve a sonar, la misma rutina de siempre de todos los días. Una mañana fría de invierno más, con la misma pereza que da el levantarte tan temprano. Observas a tu hijo durmiendo en su cuna en una postura increíble, solo apta para él y para alguien del Circo del Sol. No parece estar incomodo, duerme plácidamente con sus 7 meses de vida. Café cargado y unas tristes galletas serán mi desayuno. Ha pasado media hora desde la primera vez que sonó, ya he desayunado, el bebé sigue dormido en la misma postura y he dejado atrás mi pijama para vestirme unos ajustados vaqueros y una simplona camisa blanca.

Tengo que despertarle, maquillada y peinada he completado mi preparación matinal, ahora solo me falta limpiarle un poco la cara, vestirlo y bajarlo conmigo al garaje. Él camino a la guardería, yo destino al trabajo. Me envidia y asombra a la vez como juega con el agua del cristal empañado mientras yo me debato entre no dejarme vencer por el sueño y no desconcentrarme al conducir. Una chica rubia y con ojos verdes nos recibe en la puerta de la guardería a las 8 en punto, confío plenamente en ella, sé que está en buenas manos. Ahora me quedan cuatro km mas hasta llegar a mi lugar de trabajo. Entre bostezos y desperezos llego y todo transcurre como siempre. A las 10 desayuno con las compañeras, risas y mas risas y vuelta a la rutina, pero a eso del mediodía empiezo a encontrarme mal, un insoportable dolor de espalda no me deja pensar, tal vez sea la postura al sentarme o el hecho de estar tecleando toda la mañana.
Media hora después a ese dolor se le suman las nauseas, y el estomago retorcido, la verdad es que hace días que estoy así. Tras acabar la jornada laboral el dolor de espalda continua siendo insoportable.

No puedo dejar de ir a buscar a Bruno a la guardería, el pobre lleva allí desde las 8 y ahora son las 16:00. Mientras Bruno duerme su siesta habitual de las tardes yo no consigo acompañarle en el sueño, estoy tumbaba en mi cama sí, pero las nauseas y el dolor de estomago y espalda aprietan cada vez más, impidiendo que pueda coger una postura de descanso. El espejo del lavabo me muestra la piel amarillenta y los ojos ya no son tan brillantes como antes. Empiezo a preocuparme, ahora la cosa se agrava con vomitos. Por fin puedo quedarme dormida aunque los dolores siguen ahí. Marco, mi marido llega de trabajar a las 7 de la mañana, él es medico en el hospital, ha estado de guardia toda la semana. Quien mejor que él para contarle lo sucedido, lo que me pasa, los síntomas...Al final acabo desmayandome del dolor mientras le contaba y me examinaba. Despierto en el hospital tumbada en una camilla. Solo veo a Marco mi marido, con su bata de médico y su rostro más serio que nunca, agarrándome la mano con firmeza pero con cariño. Y lo siguiente que oí fueron sus palabras diciéndome:  GIULIA, TIENES CANCER DE PÁNCREAS. Que se acabe esta pesadilla por favor, por Bruno y por mí, pensé.



 Su rostro angelical no concuerda con su voz rota y áspera, pero gracias a ella consiguió exitazos como este que me sirven para cerrar el post porque los dolores del cancer son como los del corazón.

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